Cuando te conocí
eras una llovizna tenue
acariciando los tejados,
semáforos y las aceras
por donde la gente
transitaba a la deriva.
Luego fuiste lluvia
mansa y continua
deslizándose muy dentro
de mi espíritu
hasta hacerlo vibrar.
Te convertías en aguacero
exaltando mi corazón,
latiendo y creciendo
agitado en el pecho
hasta quebrarse
en una herida
repleta de amor.
En otros momentos
la borrasca nacía en ti,
luego pasabas a tormenta,
te transformabas en tempestad
y terminabas en diluvio anárquico.
Pero vuelves,
sosegada, suave, apacible.
Eres lluvia….,
me miras con tus ojos
color verde lago profundo,
insondables y melancólicos.
Me hablas en silencio
y en un instante te transfiguras
en una simple gota de agua.
Mis labios te beben
y descubren
una lágrima.
¡Cómo me conoces,Mario!.En este poema me has reflejado maravillosamente,y la comparación con la lluvia han sido versos que me vuelven a llegar al alma.Eres agua pura que apaga mi sed,un remanso de paz donde sólo tiene cabida la alegría de estar contigo,y mi fuego se aplaca con tus labios,siempre abiertos a mi amor por ti.
ResponderEliminar