domingo, 11 de julio de 2010

Enrique Morón, Biografía


Enrique Morón Morón (Cádiar, Granada, 1942) es un poeta y dramaturgo español.

Catedrático de Instituto de Lengua y Literatura españolas, se licenció en Filología Románica en la Universidad de Granada.[1] En la actualidad, es académico de número de la Academia de Buenas Letras de Granada.

Sus primeras obras datan de 1963 y 1964 (Poemas, Romancero alpujarreño y El alma gris) pero es a partir de 1970 cuando alcanza la madurez, revelándose como una de las voces poéticas más destacadas de la actualidad.[2]


La rica etapa de creatividad en la que vive el poeta Enrique Morón nos viene deparando, últimamente, la alegría de ver cómo van sucediéndose sus entregas y cómo sus libros más recientes van sumando logros y enriqueciendo su obra mayor. Hablo de una obra conformada por más de una decena de títulos de sobra acreditados, tanto por la hondura de sus contenidos cuanto por la inteligente y sensitiva lección de estilo a la que se accede a través de cada uno de ellos. Hace algunos meses, en septiembre del año pasado, asistíamos en Órgiva a la presentación de La brisa de noviembre. Fue una noche memorable que compartimos con escritores y artistas como José Martín Recuerda, Rafael Guillén, Francisco Izquierdo, Julio Alfredo Egea, Ángel Cobo, Francisco del Árbol, Juan J. León, Blas Ferrer, Alfonso Garrido y un largo etcétera de nombres señeros de nuestra cultura del sur. Fue una noche de versos y de música barroca, que nos interpretó Guillermo Wulff, una noche en la que tuve la fortuna de acompañar al poeta y anticipar unas palabras a su lectura inolvidable.

VEREDAS

Hoy también quiere el azar que acompañe a Enrique Morón en esta tarde en la que nos ofrece las primicias de sus Veredas, este hermoso y último libro suyo que con tanto mimo aparece en la colección Alhucema, ilustrado con las acuarelas ágiles y juanramonianas de Enrique Durán. Otra entrega más de un autor granadino, tan íntimamente unido a esta ciudad de Almería, que viene a recordarnos la alta calidad de la poesía andaluza de hoy; una poesía que, gracias a títulos como el que nos ocupa, puede ofrecer resistencia a ser anulada por la banalidad de la hora presente.

POESÍA COMPLETA
No voy a extenderme en recordar los hitos significativos de la obra de Enrique Morón, recogida en su mayor parte en Poesía 1970-1988 y completada con las entregas: Despojos (1990), La brisa de noviembre (1995) y estas Veredas que culminan por ahora su obra, sin contar, claro está, con los libros inéditos. Voy, como es lógico, a perderme un poco con ustedes, si me lo permiten, por esas Veredas, que cruzan el territorio de un mundo lírico pleno de sensibilidad, de maestría formal, de confidencias y de reflexiones sobre la vida, el amor, el paisaje y la muerte. Y todo ello en un permanente vaivén de la conciencia desde el hoy al ayer que nos depara tantas otras emociones intermedias. Por eso yo entiendo que es un acontecimiento saludar a un libro así, pequeño en su formato pero gigante en su enseñanza, e impagable por sus puertas abiertas a la nostalgia, a la tristeza, a la dicha de vivir, a la denuncia, al milagro, al amor, al deseo, al miedo. Estos versos que hoy nos convocan, convidarán a otros que aún no han nacido y, por encima del tiempo y del curso de las generaciones, estamos iniciando ese raro diálogo, esa imaginaria conexión enigmática. Aquí empieza la historia pública de unos versos que se han escrito para ser comunicados, para ser compartidos y a los que, con toda probabilidad, aguarda un futuro más amplio del que nos espera a cualquiera de nosotros. Y es que la poesía, cuando es de ley, tiene esa virtud de perpetuarse en muchas generaciones y esa facultad de filtrarse por el tiempo y las culturas más diversas.

LA BRISA DE NOVIEMBRE

Cualquier lector fiel a la obra de Enrique Morón habrá notado, nada más ojear Veredas y leer los primeros poemas, una cierta continuidad con el último texto de su anterior La brisa de noviembre. En La brisa de noviembre se terminaba con una composición titulada "Vámonos a los campos"(Que los arroyos crezcan en tus ojos/ y en mis palabras brisas, amor, vámonos/ a los campos) y en Veredas se inicia el volumen con otro poema de título parecido "Hacia los campos" que semeja ser la continuación efectiva de aquella propuesta. Sin embargo Veredas es un libro anterior en factura a La brisa de noviembre y, en cierto modo, es precursor del tono lírico mantenido en este título. De cualquier modo hay una continuidad de lenguaje y un parentesco de registros y de atmósferas, con la diferencia de que en Veredas veo más presente a esa amada con la que se dialoga desde los versos, a esa amada confidente.
El amor, sin duda, es el tema dominante en Veredas frente a una mayor diversidad en La brisa de noviembre. El amor y, claro está, el sentimiento de la naturaleza, esa suerte de alabanza de aldea que impregna medularmente su discurso, frente al rechazo de lo urbano. Es Enrique Morón un poeta colmado de naturaleza, como hubiera dicho Juan Ramón Jiménez, y en ella, en sus paisajes, se instala el ideal que quiere compartirse con la amada, esa Arcadia particular, decía yo en otro lugar, que es patria íntima y territorio frecuente de sus versos. Ambos motivos dan carne y sangre al conjunto, estructurado por el autor en cuatro ciclos bien diferenciados, que guardan cierto paralelismo, en su totalidad, no sólo con La brisa de noviembre, sino también con Soledad y Sereno manantial, las entregas que coronaban su obra poética completa.
La omnipresencia del tema amoroso hace que los poemas, breves por lo común, de dos o tres estrofas muchos de ellos, se conciban como un diálogo permanente con el tú de la amada. De ahí que sean frecuentes los apóstrofes, ruegos, consejos y peticiones al ser querido. Estas dos grandes vertientes son las que sobresalen de una forma reiterativa a lo largo de todo el poemario. Amor y naturaleza como paradigmas continuos de esa última etapa de su lírica, en la que el desahogo íntimo se vuelve confidencia, queja, invitación, condena, ruego, súplica, y es el amor, la amada, la destinataria de tales sentimientos, cuando no causa y origen de los mismos:

Amada azul que brincas por mis venas
en la noche perfumada de los besos;
dame la fuente clara de tus penas,
tus senos altos, sólidos, ilesos.
(pág. 16)

Se trata de poemas en los que triunfa la enumeración de elementos del paisaje, de la naturaleza en todas sus dimensiones: flora, fauna, y otros agentes y fenómenos: la luz, la brisa, el atardecer, el ocaso. Se trata, de nuevo, como es costumbre en el escritor, de textos acogidos a una idea compositiva global, concebida como ciclo completo, de temática unitaria y de arquitectura muy pensada. Como lectores, vamos percibiendo a través de ellos esa sensación de dinamismo, de paseo permanente por el campo, esa bocanada de libertad que nos depara el disfrute del paisaje, de un paisaje multiplicador de emociones en la palabra. La vieja metáfora manriqueña de la vida como camino, adquiere en estas otras Veredas, una dimensión panteísta en la que no es extraño detectar un sentimiento cósmico, de amor, también al mundo. La vida, el camino, en otro plano superior, late en su entraña. Se trata del camino por el que paseamos, del sendero en el que nos detenemos un momento, pero también de ese otro camino de los sueños, de ese otro sendero de la vida en el que el amor ha dejado sus marcas y sus señas:

La tarde se diluye entre tus brazos
y el horizonte incendia tus cabellos.
Por la vereda de los sueños vamos.
Vamos por la vereda de los sueños.
(pág., 28)

El libro, a la par que nos invita a ese dinámico recorrido por los campos reales o evocados del poeta, también se nos ofrece como una magistral ejemplificación de Arte Poética. El repertorio de recursos de estilo es riquísimo y es raro el poema en el que no nos deslumbre una insólita metáfora o nos sorprendan sus imágenes, sus aliteraciones, sus personificaciones, o sus insólitas enumeraciones sensoriales. Desprenden sus páginas todo ese cromatismo sensual que nutre la paleta de un pintor escogido. El paisaje se traza con rasgos firmes, rápidos, convincentes o se aboceta a veces para dar entrada en él a los sentimientos, que cobran entonces mayor protagonismo.
Como en otros libros anteriores también aquí juega un papel primordial el recuerdo de un ayer edénico, cruzado por las sombras de otras penas hondas y de otras nostalgias que ponen su contrapunto a la alegría de los árboles, de las riberas o de los cielos recuperados. Los ejes del pasado (el ayer) y del presente van conformado ese discurso que rinde balance de conquistas o de sueños aplazados. La vida / nos ha tornado lógicos, dirá el poeta en un texto que nombra "Aquel estío". Porque en el ayer siguen intactas la alegría, la felicidad, esa sensación de invulnerabilidad, y esa esperanza que el paso del tiempo ha ido matizando hasta deparar este hoy de la escritura en el que pesa y cumple la vida vivida. Ese tránsito, ese transcurso, ese paso del tiempo está marcado por la referencia a los astros, a las estaciones, o señalado por la lengua broncínea de las campanas que anuncian la hora cotidiana de los pueblos del sur. Esa hora irreal en la que casi se percibe el silencio de los campos, esa hora honda y mágica en la que, de repente, como el Dante nos recuerda, nos vemos en medio del camino de la vida y ante la incertidumbre y los presentimientos de lo por venir:

Ya no somos muchachos adolescentes.
Los días platearon nuestros cabellos.
Campanas arrogantes. Altas veredas.
Silencio de los campos. Tus ojos negros

guardan el mismo brillo bajo la luna
grande de las montañas y el mismo miedo.
Ya no somos muchachos adolescentes.
Silencio de los campos, amor. Silencio.
(pág., 76)

Poemas, como podemos comprobar, de un alto poder sugeridor, que a veces se nimban de un cierto reflejo becqueriano, o que basculan entre la tradición culta y la popular. Estrofas limpias o de versos encabalgados, que resaltan esta efímera esencia de la vida, transmutada en veredas del amor, del recuerdo, del paisaje. Pero ante todo del amor, como apuntaba al principio. Este es libro amoroso por excelencia, en el que brillan con muchos matices los ojos de la amada. La importancia, por ejemplo, de la mirada hace de estos versos ejemplo de sublimación, propuesta de idealismo. Resulta curioso, a este respecto, cómo llega a convertirse en un leit-motiv este aspecto temático de la mirada, ese escudriñar la verdad de los ojos que adquieren una multiplicidad de variantes a lo largo de todo el libro. Así desde la propuesta de Mirémosnos y amemos este mundo/ deteriorado, frágil del poema "Otero", pasando por aquel estío de tus ojos, o ese Ausente posas tu mirada al viento, o esos ojos fluviales o ese vivir al borde de tus ojos, los ojos serán ojos absortos, otoñales, negros, tibios, etc., e irán adquiriendo valores próximos al clima sensitivo de las composiciones. A veces este asunto se convierte en materia central de un poema, como ocurre en "Tu mirada", en donde el poeta manifiesta más claramente la seducción que esos ojos ejercen sobre su vida y sobre su escritura:

Yo sé que tu mirada me sumerge,
me inunda en el silencio de la noche.
Espérame a la aurora y el rocío
brinque a tu cuerpo y a mi cuerpo torne.

Yo sé que tu mirada me desvela,
me sube al pecho con clamor de bronce.
¿A dónde puedo ir si no me miras?
Y si me miras ¿dónde iré?, ¿por dónde?
(pág., 44)


AMOR Y NATURALEZA (SOMOV)

Como es lógico son otros muchos los registros que el amor adquiere en estos versos, pero no hace al caso analizarlos aquí pormenorizadamente. Baste esta muestra para advertir que el amor también contempla otras muchas vertientes de las que no están ausentes el deseo o el erotismo, la súplica, la duda o el canto desinhibido de su gozo permanente. Cuatro apartados, en suma, que nos darían mucho que hablar; cuatro series en la que se van sucediendo múltiples variantes en el paso de una a otra. Así, por ejemplo, si en Hacia los campos, es mayor el equilibrio entre amor y naturaleza, en la segunda, Confidencias, adquiere palpable relevancia el hecho erótico, desde el intimismo habitual de su estilo, al tiempo que se dejan sentir otras emociones oscuras, otros estados de tristeza, de soledad, de cierta incomunicación, etc. Ya en la tercera, Violonchelos, junto al tema de la música, que no es marginal en esta entrega, cobra mayor espacio la melancolía y el recuento de lo vivido, junto con otras nieblas de desesperanza. Pero el amor es el refugio, la salvación, el alimento del espíritu. Con esa única certeza se llega a La calle del silencio, el último tramo del texto, en el que se deja constancia, desde posiciones críticas del fraude, de la moral pervertida, y se nombra, con plena conciencia el absurdo mundo o se hace referencia a los oscuros tiempos. Es un pecho involucrado, el que habla, y es al amor al que le pide permanencia y alivio.
PAISAJE CON GRANJA (JOSÉ LUPIÁÑEZ CARRASCO)

Un privilegio enorme es para mí poder sumar mi entusiasmo al de los que aquí nos reunimos para dar la bienvenida a estas Veredas líricas, por las que ha sido tan hermoso transitar. Más que nunca en estos tiempos de angustia, de falsos ídolos y de valores espúreos, los versos de Enrique Morón vienen a devolvernos la verdad esencial de un hombre que, a través del amor, del paisaje o de la propia biografía ha sabido interpretar las emociones y los sentimientos que a todos nos incumben y hacer más transitables esos paisajes de nuestra cotidianeidad dando pruebas de un estilo impecable y dejándonos sin altisonancia el ejemplo de su intimismo, pleno de autenticidad, de equilibrio y de sabiduría poética.


JOSÉ LUPIÁÑEZ
Teatro Apolo. Almería,
29 de marzo de 1996

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