Admiro al hombre acostumbrado a la soledad de la espera
que no murió como yo a cada desengaño
y al que pudo ver el sol a pesar de su tormenta.
Canto al hombre que no llegó al llanto o rió porque quiso
al que sufrió mi muerte y al que no me conoció nunca.
Le escribo al sensato y al estúpido, a la imagen
que de cada uno de ellos tengo.
Escucho al hombre enceguecido que lleva su verdad en lo oscuro
por que si fuera ciego aportaría mi retina a un lago
que supiera mirar.
Extiendo mi mano hacia cualquiera porque lo deseo
nadie puede impedir que lo haga ni obligarme a hacerlo.
No soy caritativo ni egoísta, bueno o malo,
nada de los que los demás piensan, nada de lo que yo mismo espero.
Soy como soy y quien no me acepte es porque nada sabe,
ni sé lo que todos saben y el buen [mentira] dios,
quiso alguna vez negarme.
Yo espero al hombre empuñando su cansancio hasta vencerse
mezclo lo irreal y lo concreto para despistar
al que no me pudo ver como quería ni yo pude hacerlo .
Escribo al hombre satisfecho de su noche transpirada
y al que por pensar murió dejando a la luz de la intemperie
la idea de que un sol lleno espera su timbre en la mañana.
Le cuento al cascabel de mi terraza
todo lo que después él ha de difundir:
que no soy loco como dicen ni tan cuerdo tampoco
pero llevo en mi lengua la palabra y no puedo pelearme con mi cuerpo.
Si tengo que escupir y lo hago, no hay porqué un hombre protestando
por su saliva en su cara ni un hombre indiferente.
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